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- Danatoth
- No es que sea un individuo único (raro), es que los demás son demasiado normales y para ellos les resulta difícil comprender, a parte de ser bastante tímido...soy todo un caso.
El Cangrejo y la Mona
4/07/2010 02:17:00 p. m. |
Publicado por
Danatoth |
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EL Cangrejo y la Mona
Un día un cangrejo y una mona, aprovechando el esplendor de una mañana de otoño, buscaban algo que comer por la orilla de un río. El cangrejo escarbando en la tierra, descubrió una gran reserva de arroz, allí metido seguramente por alguna hormiga previsora; en cambio, la mona no logro encontrar mas que un hueso de níspola, que intento en vano romper con los dientes. Entonces se le ocurrió una idea, que le pareció luminosa. Conocía ha al tiempo al cangrejo y sabia cuan ingenuo era. Le dirigió, por tanto una sonrisa insinuante y meliflua, y le dijo:
–Te quiero bien, amigo mío, y por eso degusta beneficiarte. Toma este hueso y plántalo. ¡Ya veras! En primavera brotara un níspero cargado de sabrosa fruta. A cambio de ello, me contento con unos pocos granos de ese arroz que has encontrado y quede momento calmara mi hambre.
El cangrejo pico el anzuelo y con el hueso de níspola regreso a su casa entre las rocas, muy contento, mientras que la mona comía vorazmente el arroz y se reía a espaldas de su ingenuo amigo.
Llego la primavera, y un hermoso níspero broto, efectivamente, del suelo, allí donde el cangrejo había plantado el hueso. Todos los días el animalito iba a contemplarlo, vigilando con atención su crecimiento. Vino el verano, y el arbolito se lleno de frutos. Entonces el cangrejo, al que ya se le hacia la boca agua, intento subir a cogerlos; mas ¡ay!, sus patas no habían sido creadas para trepar a los árboles, sino para andar por las rocas. Tras unas vanas tentativas, pensó recurrir a los buenos servicios de su amiga la mona.
La hallo arrellanada entre las ramas del árbol que le servia de vivienda.
– ¿Me arias el favor de venir a recoger para mi las níspolas que han brotado de mi árbol? –le dijo
La taimada bestia no se hizo repetir dos veces la invitación; haciendo chasquear la lengua de contento, siguió al amigo hasta el pie del arbolito y en un santiamén trepo a las ramas. Allí se sentó cómodamente y empezó a comer las sabrosas frutas, sin parar mientras en los inútiles ruegos ni en los gritos de indignación del cangrejo que, impotente, asistía desde abajo al saqueo de su propiedad. Luego, cansada de oír los reproches de cangrejo, la mona tomo algunas frutas todavía verdes y las lanzo con fuerza contra el crustáceo; las frutas alcanzaron de lleno al pobre cangrejo, el cual, sin un grito, sin un lamento, cayó muerto.
Por la tarde, el hijo del cangrejo, al regresar a su casa, encontró el cadáver de su padre. Se inclino sobre el y empezó a llorar y a desesperarse. Pero una vez que hubo desahogado su dolor, se enjugó las lágrimas y se dijo:
–Es inútil llorar; lo que esta hecho, hecho esta. Ahora debo pensar en vengar la muerte de mi padre. Más ¿Quién será el asesino?
Entonces de un hoyo de la tierra salto un grillo, el cual contó que había sido testigo de la muerte del viejo cangrejo y acuso a la mona.
–Me vengare de la mona –juro el joven cangrejo.
Más, ¿Cómo podría luchar el solo contra un adversario tan fuerte y tan taimado?
De regreso a su casa, iba absorto en tales pensamientos, cuando al llegar a cierto punto, oyó que lo llamaban.
–Cangrejo, yo te ayudare a vengar a tu padre –dijo una tenue vocecita.
Miro en torno suyo y reparo a pocos pasos en una gruesa castaña. Comprendió que había sido ella la que le había dirigido la palabra. Le dio las gracias, y luego prosiguió su camino.
Al trasponer el umbral de su casa oyó otra voz que le decía:
–cangrejito, yo te ayudare a vengar a tu padre.
Alzo los asombrados ojos y reparo que le había hablado la piedra del umbral.
Diole también las gracias por el interés, y entro en su casa. Paso toda la noche meditando la venganza y finalmente hallo la manera de cumplirla. A la mañana siguiente fue a encontrar a la mona que, segura de su impunidad, gozaba de la tibieza de los primeros rayos del sol, muellemente recostada sobre una rama, y le dijo:
–Señora mona, mi padre ha muerto, y como quiera que vos erais su mejor amiga, os ruego que vengáis hoy a mi casa a participar en la comida fúnebre.
La mona, que siempre estaba hambrienta, acepto con alegría la invitación, y a mediodía en punto llego a la casita del cangrejo.
–Todavía ando atareado con los preparativos de la comida –se excuso el cangrejo –; os ruego que entréis al salón y os sentéis junto al hogar; así, mientras esperáis, os calentareis.
La mona entro en el saloncito y se acerco al fuego para calentarse; pero al inclinarse sobre las llamas, ¡clac!, la castaña, que estaba escondida entre las cenizas, estallo y arrojo una parte de su pulpa enrojecida precisamente en un ojo de la mona, cegándola.
Con un aullido de dolor, el animal se precipito hacia la puerta; pero al ir a trasponer el umbral, ¡plaf!, la piedra que desde hacia tantos años estaba encima de la puerta moviose, se bamboleo y cayo sobre la cabeza de la mona con gran estruendo.
La mona malvada cayó al suelo, muerta. El viejo cangrejo estaba vengado.
おわり
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