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Danatoth
No es que sea un individuo único (raro), es que los demás son demasiado normales y para ellos les resulta difícil comprender, a parte de ser bastante tímido...soy todo un caso.
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Las ocho cabritas


Las Ocho Cabritas

–Os lo recomiendo, pequeñas –dijo la cabra a sus ocho cabritas, que la saludaban desde el umbral, agitando sus blancas orejitas–; cerrad bien las puertas cuanto yo salga y no abráis a nadie. Volveré pronto y os traeré dulces.
Las cabritas prometieron hacerlo así, y la mama, contenta, se fue hacia la ciudad.
El lobo, que desde hace unos días no había encontrado nada para meter entre sus dientes, la vio pasar a través del bosque donde estaba al acecho, y se dijo:
–Las cabritas se han quedado solas en casa; será fácil apoderarse de ellas para un taimado como yo. ¡Que delicia! ¡Cuan sabrosa Carnecita!
Y haciéndosele ya la boca agua, corrió hacia la casita. ¡Oh, rabia!, la puerta estaba cerrada, atrancada. Pero la fiera no se dio por vencida y llamo:
-¿Quién es? –preguntaron las cabritas.
–Soy vuestra tía –respondió el lobo, suavizando lo más posible su voz –y os traigo chocolatines. Abrid.
– ¡Oh, nuestra tía no tiene la voz tan ronca! –Contesto la cabrita más pequeña, que era la más picara–. Vete no abriremos.
Maldiciendo su voz, el lobo corrió a casa del boticario y compro para suavizar la voz; luego volvió a la casita y llamo a la puerta.
–soy vuestra abuelita y os traigo hojas de calabaza, que tanto os gustan.
La voz engaño a los animalitos, que ciertamente habrían abierto, si la cabria mas pequeña no se hubiese inclinado a mirar por la rendija de la puerta; y así vio las patas negras del lobo.
Entonces, triunfante, grito:
–Vete; no abriremos. Nuestra abuela tiene las patas blancas y tú las tienes oscuras.
El lobo, maldiciendo para si el color oscuro de su pelo, se alejo de prisa y fue a comprar un poco de pintura blanca con la que se tiño las patas. Luego volvió a la carga.
Desdichadamente, esta vez las cabritas cayeron en el engaño; la voz era meliflua y las piernas eran blancas. Y abrieron.
De un salto, el lobo penetro en la casita y ¡jam!, se las comió a todas de un bocado. En verdad que creyó habérselas comido a todas, pero en la confusión del momento no advirtió que la mas pequeña de las cabritas, de un brinco, había ido a esconderse detrás del biombo y desde allí, aguantándose la respiración, había asistido a la carnicería.
Cuando la mama estuvo de regreso, la cabrita superviviente le contó llorando todo lo que había ocurrido. Pasado el primer momento de desesperación, la cabra juro vengarse de la fiera y, tomando a su hijita, se encamino hacia el bosque.
Camina que camina finalmente encontraron al lobo profundamente dormido junto a un arroyo. Rápida, la cabra abrió con unas tijeras la barriga de la fiera y ¡Oh, maravilla!, de la herida saltaron fura sanas y salvas las siete cabritas que el lobo, en su glotonería, aviase tragado enteras. Entonces la mama les ordeno que fueran al guijarral del arroyo y le trajeran una piedra cada una; metió las siete piedras en el vientre del lobo y cosió hábilmente la piel. Luego cabra y cabritas se ocultaron detrás de un árbol y esperaron.
Al cabo de un tiempo, el lobo despertó. ¡Dios mío! ¡Como pesaban aquellas cabritas! ¡Y cuanta sed! Arrastrándose hasta el arroyo y se inclino sobre el agua para beber; mas el peso de las piedras le hizo perder el equilibrio y el lobo se precipitó en el fondo, de donde ya nunca podría salir. Librados así para siempre, de su terrible enemigo, cabra y cabritas, felices y alegres, se pusieron a bailar y a cantar a la orilla del arroyo.

おわり

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